miércoles, 1 de diciembre de 2010

Quimérico traicionero, gracias.


Atrevida quimería, fue la Del de arriba, que volvió a entrelazar las miradas que habían decidido dejar de verse.

Pues claro estaba, que el carro sin ruedas ,no avanzaría jamás, aún queriéndolo. Rendidos, decidieron continuar el camino que los acercaría al imposible,al nunca jamás, al chau para siempre. Cayeron desplomados ante la rutina abrumadora que otra vez había invadido sus vidas y su historia común. Estoicos ante la tibieza y el desinterés, permanecían cerrados en sus recóbecos ideológicos, que jamás permitirían que el orgullo sufra una duda, que por fin acabase con él. Eso sí que era nudo y desenlace para otras vidas y no precisamente para la que les traía a sólo tumbos.


Mientras, los aturdía ,la impetuosa necesidad de ser libres. Hoy, lo que en un momento eran alas que permitieron emprender altos vuelos de grandeza, se convertían con el paso de los días en pesadas cadenas, empeñadas en desintegrar hasta el más mínimo rastro de autenticidad.


La tristeza era dueña del alma. Las miradas ya no tenían luz, ni las manos se estrechaban con igual sinceridad.


Lo que quedaba por hacer , no era más que aceptar virilmente que , nuestro otro yo,el que menos queremos, nos había ganado la mano y la jugada iba sin dudas, cuesta abajo, una vez más, al final que ya se hacía sentir groseramente.


Aletargados por el peso del fracaso, se rehusaban a despedirse. Pero el momento llegó sin previo aviso, y detrás de él es que murieron poco a poco, los anhelos, los proyectos, sentimientos y momentos únicos, construídos a lo largo de tanto tiempo transitado de a dos.

Un hasta siempre acabó con años de ganas y de lucha. Y mi cabeza comenzaba a caer en el cuenta, de que ésta vez era diferente, era para siempre.

Pero nunca es tarde para volver a aprender, que aunque uno no quiera, la vida esta trazada desde lo alto, y frente a eso, poco podemos hacer nosotros, humanos que no entienden.

Ergo, me encontraba allí, frente a frente, con el que me supo acompañar tanto tiempo. Intentando desdibujar la dureza del momento, aniquilándose de a poco por el aérodinamismo de ese paisaje que bailaba tras el viento. Buscábamos inquietos, razones que nos recordaran cuan iguales habíamos sido, y en pocas palabras, somos.

Sollozaban las antigüas recetas del amor no correspondido, y todo volvía a renacer, poco a poco, tras hacer oídos sordos a los que no confiaban, sin ir más allá, a nosotros mismos.

El tiempo es quien debería encargarse de descubrir el porque a tanta ausencia por días, pero más aún, el porqué de ese encuentro erradicador de la tranquilidad, pero de una tranquilidad quieta, que poco hablaba de felicidad.

Jamás podría acertar en una palabra, el sentimiento correcto. La vida y sus capítulos entreabiertos, enseñan, que equivocarse es una oportunidad de renacer y que el amor se acrisola, por errores y aciertos.

Aquí estamos, dando batalla al desafío. Siempre vamos a hacerlo, porque como dijo E. Cross,en el amor hay conflictos, siempre...
Porque hay deseos.