jueves, 1 de julio de 2010

Animatee, a poner de Moda la PERSONALIDAD, eso, lo más lindo de vos.

Dicen que en las páginas de una revista de moda podemos encontrar todo lo necesario para ser feliz. Cremas milagrosas, dietas infalibles, diez consejos para tener un noviazgo exitoso. Por un segundo hasta deseamos ser una de esas mujeres de plástico que no se despeinan, no envejecen y no sufren. Pero estas páginas magnéticas no hacen más que destapar el rabioso culto a la figura que se ha infiltrado en todos los medios de comunicación, tomando a nuestra sociedad como rehén de la superficialidad. Amanece un nuevo desafío para las jóvenes cristianas: demostrar que el primer elemento de la imagen es la personalidad.
La mujer moderna está hambrienta de amor, pero no sabe dónde buscarlo. No hay delivery o solución instantánea, pero está la vestimenta. Erróneamente se refugia en su arma mágica, que opacará su dignidad de mujer y la venderá como un producto más de supermercado. Nuestro atuendo es nuestra carta de presentación, es el que dice “esta soy yo y así me siento acerca de mí misma”, y nuestra personalidad la confirma o refuta. El arma suprema que decolora a cualquier prenda que nos pongamos esperanzadas esla PERSONALIDAD, palabra larga para llevar en la cartera pero 100% efectiva.
Parece una hazaña digna de una diva poder combinar carácter e imagen, pero las schoenstattianas, con la alegría y voluntad que nos caracterizan, podemos ir al rescate. Tener personalidad es ser fiel al conjunto de principios que rigen mi vida. Estos son plasmados en la ropa, en el maquillaje, en nuestras actitudes. Es aprender a controlar nuestros estados emocionales y mantener la estabilidad de temperamento no de acuerdo a las circunstancias, sino a una forma de vida que yo misma cultivo día a día desde mi interior. Es dar a las cosas la importancia que corresponde: no es la ropa la que me destaca, me embellece, ella es un complemento y una extensión de mí misma. Como schoenstattianas fervientes debemos animarnos a marcar la diferencia en una sociedad hedonista, es necesario decidirse por un pensamiento anti-idolatra, que vigorice a la libertad con nuestros ideales y que resista a la presión de los estereotipos.La personalidad es tan visible como la vestimenta y mucho más impactante. Los gestos faciales y las palabras son las que nos diferencian de otra mujer con el mismo jean que nosotras. No hay duda de que la creatividad se despliega a la hora de arreglarnos, pero debemos pararnos a reflexionar ante la vorágine del placard e ir en búsqueda de un estilo personal. ¡Sí, tiene que ver con nuestro Ideal Personal! Nuestro IP se manifiesta también en nuestra imagen. Seguramente nunca se nos había ocurrido extender los límites de nuestro IP a algo tan superficial como la ropa, pero este condimento es el que nos hará brillar como cristianas. ¿Qué mejor que llevar una prenda que refleje un ideal? Eso nos hará únicas e irrepetibles. Eso dará a cada elemento que nos adorne un significado especial. La vestimenta protege nuestra intimidad de mujer, que de por sí se oculta y se reserva en su propio misterio, conciente del gran valor que posee. Por ello, la búsqueda del estilo personal debe plantearse las siguientes preguntas: ¿en qué creo? ¿qué relación hay entre lo que yo creo y me pongo? ¿existe coherencia entre lo que digo y proyecto a la hora de vestirme? Un planteamiento responsable de estas cuestiones nos conducirá a un resultado maduro y definitivo.
Nuestra primera acción antes de elegir nuestro atuendo debe ser siempre revestirnos de una personalidad luminosa, acorde a nuestra identidad y principios. Si nos preocupamos por adquirir un carácter estable y armonioso, de manera que mi arreglo personal sirva únicamente para embellecer la riqueza y originalidad interior, nuestro estilo personal será irrepetible. Sólo así le demostraremos a la sociedad que la religión del cuerpo no puede compartir con la del espíritu. Y si alguna vez nos preguntan cuál es nuestro secreto, diremos que no lo encontramos en una revista fashion, sino en un lugar mucho más fecundo: nuestro ser mujer.

M. Giovanardi

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